BIOGRAFÍA

El 31 de diciembre de 1878  nace en  Salto, Uruguay, Horacio Silvestre Quiroga. Es el cuarto hijo del vicecónsul argentino  Prudencio Quiroga y de Juana Petrona Forteza, uruguaya.
 Quiroga fue un escritor uruguayo considerado uno de los mayores cuentistas latinoamericanos de todos los tiempos. Su obra se sitúa entre la declinación del modernismo y la emergencia de las vanguardias.
En literatura, el término modernismo denomina a un movimiento literario que se desarrolló entre los años 1880-1910, fundamentalmente en el ámbito de la poesía, que se caracterizó por una ambigua rebeldía creativa, un refinamiento narcisista y aristocrático, el culturalismo cosmoplita y una profunda renovación estética del lenguaje y la métrica.


 Cuando hablamos de vanguardia hacemos referencia a  una serie de movimientos artísticos de principios del siglo XX que buscaban innovación en la producción artística.                                                                                             
En cuanto a su vida, las tragedias estuvieron presentes en varias ocasiones las cuales dejaron cicatrices que supo reflejar en sus obras.
En cuanto a su vida académica:
 El 28 de febrero de 1891, luego de que su madre contraiga segundas nupcias con  Ascencio Barcos, la familia se trasladó a Montevideo. Dos años después regresan a Salto donde Horacio cursa sus estudios primarios en la Escuela Hiram y los secundarios en el Instituto Politécnico Osimani y Llerena.




Una curiosidad que no podemos dejar pasar es el hecho de que Quiroga no fue un alumno brillante y mucho menos ejemplar, sino que presentaba desajustes de comportamiento, era un tanto inquieto y muy travieso.


En cuanto al deporte…
Horacio desde muy joven se vio interesado por el deporte, si bien practicó esgrima su pasión eran la carreras de bicicletas, en las cuales participaba con gran entusiasmo. En 1893  funda “El Club Ciclista Salteño” y viajó en bicicleta desde Salto hasta Paysandú por un tramo de 120 km.
 En 1895, el 5 de diciembre para ser más precisos, la muerte volvió a golpear la puerta de su hogar. Se suicida su padrastro, Ascencio Barcos, a causa de una parálisis, que no pudo superar, ocasionada por una hemorragia cerebral.
En 1896 forma con varios amigos salteños la Comunidad de los Tres Mosqueteros, cenáculo literario y juvenil. Producto de estas reuniones llevan a cabo la creación del Cuaderno de Composiciones Juveniles el cual contiene cuarenta y tres composiciones en prosa y verso de los integrantes del grupo.
Aquí vemos como Quiroga desde temprana edad presenta una tendencia hacia la química, la mecánica, la fotografía, la literatura y sobre todo un ambiente intelectual. Horacio comienza  su actividad como colaborador en la revista salteña “La Reforma” y también en “La Revista”. Fue aquí donde forjó sus bases, cimientos que le permitieron a la temprana edad de veintiún años publicar el primer número del semanario de literatura y ciencias sociales en la revista “El Salto”, creación de éste mismo.  
El 11 de setiembre de 1900 se edita el último número de la revista “El Salto”. En éste aparece una iracunda fundamentación del por qué del cierre de la revista, en la cual a grandes rasgos enfatiza en el poco interés del pueblo por leer artículos bien estructurados y fundamentados en los cuales reina la perfección literaria y el conocimiento de aquello que puede enriquecer a las personas como tal. Contrasta este desinterés con la tendencia a leer artículos de poco valor, más bacanales y de saber popular. Es increíble que esta tendencia que  hoy se presenta en todos los ámbitos de la vida ya desde aquellos años se venía gestando. El pueblo quería una lectura rápida y divertida  más que elaborada y brillante.
El veinte de marzo de ese mismo año parte rumbo a Montevideo en el cual  toma diez días después un barco con destino  París vía Génova en el “Cittá di Tornio” 

El viaje a ParÍs (1900)

El diario llevado por Quiroga durante el viaje a París en 1900 es un estimable aporte para el mejor conocimiento de su juventud, al tiempo que facilita el acceso a su intimidad y contribuye como pieza insustituible al estudio de su iniciación literaria.
 La existencia de este diario de viajes fue desconocida durante años por amigos y biógrafos de Quiroga, ni si quiera su entorno más íntimo.                                                                                                      
Horacio lo había depositado en las manos del ilustre escritor argentino Ezequiel Martínez Strada, quien lo donó al Instituto de Investigaciones y Archivos Literarios (Montevideo Uruguay). La donación constaba de dos libretas en las cuales Quiroga hacía anotaciones cotidianas en su viaje a Paris.
La información biográfica más completa publicada sobre Quiroga es la que proporciona la “Vida y obra de Horacio Quiroga”, de Delgado y Brignole. En el capítulo VI se encuentra narrado el viaje a París en los siguientes términos: "Pero, en seguida, otro sueño largamente acariciado, el viaje a París, vendría a arrancarlo de estas antífonas funerarias.

 Evidentemente la tarea de su tutor, don Alberto Semblat, que le fuera nombrado al contraer su madre segundas nupcias, se vio bastante dificultada por la índole de un pupilo, a quien no le faltaba ninguna de las condiciones necesarias para turbar la tranquilidad de un severo monitor. Don Alberto era un honorable notario, un hombre de mundo en quien el sentido de la responsabilidad, podía coexistir con una amplia tolerancia para comprender los antojos y turbulencias de la juventud. Quiroga halló en él un amigo dispuesto siempre a tomar sus caprichos por el lado benévolo y a satisfacerlos en la medida de lo posible, aunque muchas veces a regañadientes. Hoy una bicicleta, mañana una máquina fotográfica, al otro día un viaje a Montevideo y a cada nueva hora un deseo que obligaba a echar mano de recursos extraordinarios, convirtieron la tutoría en una verdadera inversión. Tanto como abundaba el mozo en inteligencia y en actitudes caprichosas, carecía de la menor noción económica.

La mayoría de edad trajo para Don Alberto  un descargo de inquietudes, sin modificar en lo más  mínimo la idiosincrasia del pupilo. Las muelas del juicio encontraron a éste tan fantasista y desordenado como las de la adolescencia,
así es que, en cuanto pudo, recogió el dinero de su herencia, armó las maletas y Viajó a París, aspiración suprema y obligada de todo joven poeta rebelde.
Se embarcó como un dandy: flamante ropería, ricas valijas, camarote especial, y todo él derramando una aristocrática coquetería, unida a cierta petulancia de juventud favorecida, por el talento, la riqueza y la apostura varonil.
No había quien pudiese dejarlo de envidiar.
¡París! En cada griseta una Manón, en cada gota de ajenjo un poema, en cada paso por la colina de Montmartre un sueño, y, al fin, la fama, el reconocimiento triunfal  en los más célebres cenáculos “.

La realidad fue totalmente otra…

Aquel joven muchacho que partió en primera clase con ojos brillantes por la aventura que le esperaba, llegó a un país de grandezas, donde en lugar de triunfar y recibir reconocimientos se encontró “solo en la inmensidad”.
En los cafés del Barrio Latino hallaba una indiferencia que ni siquiera se disimulaba. Logró contactarse con algunos escritores famosos pero nadie le dio importancia. En sus cartas se ve plasmado ese vacío y decepción que sintió al encontrarse con una realidad muy distinta a la que soñó.
 Las líneas más entusiastas hablan de excelentes libros que se encontraban a precios muy accesibles, y algún u otro diálogo con escritores como  Rubén Darío entre otros pero concluye con un desencanto "…me parece que todos ellos, salvo Darío que lo vale y es muy rico tipo, se creen mucho más de lo que son…"(Palabras del propio Quiroga en una carta que le envía a  Federico Ferrando). Para colmo, la mala administración de su dinero y otros olvidos y faltas muy suyas, iban a originarle una situación desesperante. Un buen día notó que no le quedaba un centésimo y comenzó el peregrinaje hacia las casas de préstamos. Joyas, valijas, ropas, fueron a engrosar las estanterías y vitrinas de los Montes de Piedad.
En decadencia, tanto económica como emocional, Quiroga en la “ciudad de sus sueños” se encontraba vacío de todo aquello que lo podría hacer sentir bien. Vagando por las calles de París soñaba con cerrar los ojos y al abrirlos darse cuenta de que estaba en Salto, frente a su casa viendo pasar a las muchachas que bien conocían su nombre o tomando un café con amigos.
Fue en la gran ciudad donde Quiroga conoció lo que es el hambre, intentó conectarse con familiares pero había perdido su dirección.
Luego de largos días mendigando para comer, finalmente los familiares se enteraron de sus aprietos y de inmediato lo auxiliaron. Volvió con pasaje de tercera.

El 12 de julio regresa a Montevideo a bordo del “Duca de Galiera”.
  Su indumentaria revelaba a la legua la desventura vivida.
Un mal jockey encima de la cabeza, un saco con la solapa levantada para ocultar la ausencia de cuello, unos pantalones de segunda mano, un calzado deplorable, un cuello delgado y una barba desprolija que cubría todo su rostro conformaban una imagen muy distinta a la de aquel joven que partió un tiempo atrás.
Fue desde entonces que comenzó a utilizar barba y bigote, tal vez como recuerdo de su aventura parisina.

El Consistorio del Gay Saber.

Luego de una corta estadía en Salto al regreso de su no tan afortunado viaje, se radica en Montevideo en la calle 25 de mayo 118 actual (293). Con Alberto Brignole, Asdrúbal Delgado, Fernández Saldaña y Federico Ferrando, fundan el consistorio del Gay Saber primer cenáculo modernista.
El 26 de noviembre, el semanario “La Alborada” organiza un concurso de cuentos actuando como jurado José Enrique Rodó, Javier de Viana y Eduardo Ferreira, Quiroga obtiene el segundo premio con su obra  “Cuento sin razón pero cansado”.  

1901-
 Fue un año muy duro para Quiroga, fallecen dos de sus hermanos, Pastora y Prudencio.
La Alborada publica “Jesucristo”. El consistorio del Gay Saber se traslada a cerrito 113 (Actual 246). Durante el mes de marzo el Consistorio recibe la visita de Leopoldo Lugones quien pasa a vivir en su cede.
En noviembre, en Montevideo se publica “Los Arrecifes de Coral”, la obra está dedicada a Lugones. Su carátula es creación del plástico e integrante el consistorio Vicente Puig.

1902-
Una de las tragedias más influyentes en la vida de Quiroga. Mata accidentalmente a su amigo Federico Ferrando. Éste había recibido malas críticas del periodista montevideano (Germán Papini Zas), comunicó a Quiroga que deseaba batirse a duelo con aquél. Quiroga, preocupado por la seguridad de Ferrando, se ofreció a revisar y limpiar el revólver que iba a ser utilizado en la disputa. Inesperadamente, mientras inspeccionaba el arma, se le escapó un tiro que impactó en la boca de Federico, matándolo instantáneamente. Llegada al lugar la policía, Quiroga fue detenido, sometido a interrogatorio y posteriormente trasladado a una cárcel correccional. Al comprobarse la naturaleza accidental y desafortunada del homicidio, el escritor fue liberado tras cuatro días de reclusión. La pena y la culpa por la muerte de su querido compañero llevaron a Quiroga a disolver el Consistorio y a abandonar el Uruguay.
Profundamente afectado se traslada a Buenos Aires a la casa de su hermana María. Consigue trabajo como miembro de las mesas examinadoras del Colegio Nacional.

Designado profesor de castellano en el Colegio Británico de Buenos Aires en marzo de 1903, Quiroga quiso acompañar, en junio del mismo año y ya convertido en un fotógrafo experto, a Leopoldo Lugones en una expedición a Misiones, financiada por el Ministerio de Educación, en la que el  poeta argentino planeaba investigar unas ruinas de las misiones jesuíticas en esa provincia. La excelencia de Quiroga como fotógrafo hizo que Lugones aceptara llevarlo, y el uruguayo pudo documentar en imágenes ese viaje de descubrimiento. Nunca pensó que se iba a encontrar con un mundo de ensueños, sintió desde el primer contacto que el pertenecía a ese lugar.
La profunda impresión que le causó la jungla misionera marcaría su vida para siempre: seis meses después Quiroga invirtió el último dinero que le quedaba de su herencia  en comprar unos campos algodoneros en el Chaco a orillas del Río Saladito. El proyecto fracasó en el aspecto económico, principalmente por problemas de Quiroga con sus peones aborígenes. En una carta que le manda a Maitland expresa los conflictos que ha tenido con los indios, los llama vil ladrones y sin palabras. El conflicto se da a la hora del pago, los aborígenes exigen que se les pague más. Horacio idea un plan, como los indios no conocen mucho de números le dice que le paga más pero si cosechan más, y la trampa estaba en que al pesar el siempre le restaba algunos kilos sin que estos lo supiesen.
En otra carta se puede ver que Quiroga era un hombre honrado, ya que expresa que no pudo seguir con la farsa y decidió regularizar los sueldos de los peones. 
La vida de Horacio se enriqueció al convertirse, por primera vez, en un hombre de campo. Su narrativa, en consecuencia, se benefició con el profundo conocimiento de la cultura rural y de sus hombres, en un cambio estilístico que el escritor mantendría para siempre. El contacto con la selva le sirvió como fuente de inspiración. En una de las cartas que le envía a Maitland cuenta como crió dos animales salvajes con el porte de un lobo, los crió mansos y obedientes como un perro. Esto muestra el interés y la dedicación de Horacio por la vida salvaje. 
Al regresar a Buenos Aires luego de su fallida experiencia en el Chaco, Quiroga abrazó la narración breve con pasión y energía. Fue así que en 1904 publicó el notable libro de relatos El crimen de otro, que fue reconocido y elogiado, entre otros, por José Enrique Rodó.
Durante dos años Quiroga trabajó en multitud de cuentos, muchos de ellos de terror rural, pero otros en forma de deliciosas historias para niños pobladas de animales que hablan y piensan sin perder las características naturales de su especie.
 1906-
 A propuesta de Lugones se le nombra profesor de castellano y literatura en la Escuela Normal Nº 8 de Buenos Aires. Entre las alumnas conoce a Ana María Cirés, quien luego sería su primera esposa.                            
En diciembre de este mismo año aprovechando las facilidades que el gobierno ofrecía para la explotación de las tierras, compró una chacra de 185 hectáreas en la provincia de Misiones, y comenzó a hacer los preparativos destinados a vivir allí, mientras enseñaba castellano y Literatura
Quiroga se encontraba enamorado de su alumna y le dedicó su primera novela, titulada “Historia de un amor turbio.
Horacio insistió en la relación frente a la oposición de los padres de la alumna obteniendo por fin el permiso para casarse y llevarla a vivir a la selva con él. Sus suegros, preocupados por los riesgos de la vida salvaje, siguieron al matrimonio y se trasladaron a Misiones con su hija y yerno. Así, pues, el padre de Ana María, su madre y una amiga de esta, se instalaron en una casa cercana a la vivienda del matrimonio Quiroga.
1911-
Ana María dio a luz a su primera hija, Eglé Quiroga.                                            Horas antes del parto Ana y Horacio discutieron ya que él quería que ella diera a luz en su casa mientras que Ana quería hacerlo en el hospital. Finalmente el parto se llevó a cabo en su casa y asistido por el mismo Horacio.
Al año siguiente nació su hijo menor, Darío. En cuanto los niños aprendieron a caminar, Quiroga decidió ocuparse personalmente de su educación. Severo y dictatorial, exigía que cada pequeño detalle estuviese hecho según sus exigencias. Desde muy pequeños, los acostumbró al monte y a la selva, exponiéndolos a menudo y midiendo siempre los riesgos al peligro, para que fueran capaces de desenvolverse solos y de salir de cualquier situación. Fue capaz de dejarlos solos en la jungla por la noche o de obligarlos a sentarse al borde de un alto acantilado con las piernas colgando en el vacío. El varón y la niña, sin embargo, no se negaban a estas experiencias  que aterrorizaban a su madre y las disfrutaban. La hija aprendió a criar animales silvestres y el niño a usar la escopeta, manejar una moto y navegar solo en una canoa.
1915-
El 6 de diciembre su esposa se suicida con sublimado. Tras esta tragedia , Quiroga se trasladó con sus hijos a Buenos Aires, donde recibió un cargo de Secretario Contador en el Consulado General uruguayo en esa ciudad, tras arduas gestiones de unos amigos orientales que deseaban ayudarlo.

De regreso a Misiones…
Poco después, Horacio regresó a Misiones. Nuevamente enamorado, esta vez de una joven de 17 años, Ana María Palacio, intentó convencer a los padres de que la dejasen ir a vivir con él a la selva. La negativa de éstos y el consiguiente fracaso amoroso inspiró el tema de su segunda novela, Pasado amor, publicada en 1929. En ella narra, como componentes autobiográficos de la trama, las mil estrategias que debió practicar para conseguir acceso a la muchacha: arrojando mensajes por la ventana dentro de una rama ahuecada, enviándole cartas escritas en clave e intentando cavar un largo túnel hasta su habitación para secuestrarla. Finalmente, cansados ya del pretendiente, los padres de la joven la llevaron lejos y Quiroga se vio obligado a renunciar a su amor.
A partir de 1932 Quiroga se radicó por última vez en Misiones, en lo que sería su retiro definitivo, con su esposa y su tercera hija María Elena, llamada (Pitoca). Para ello,  no teniendo otros medios de vida, consiguió que se promulgase un decreto trasladando su cargo consular a una ciudad cercana. Los celos dominaban a Quiroga, quien pensó que en medio de la selva podría vivir tranquilo con su mujer y la hija de su segundo matrimonio
Un avatar político provocó un cambio de gobierno, que no quiso los servicios del escritor y lo expulsó del consulado. Algunos amigos de Horacio, como el escritor salteño, Enrique Amorim, tramitaron la jubilación argentina para Quiroga. Comenzando a partir de este problema, el intercambio epistolar entre Quiroga y Amorim se hizo numeroso.

La enfermedad pondría el punto final.

En 1935 Quiroga comenzó a experimentar molestos síntomas, aparentemente vinculados a enfermedades  prostáticas. Las gestiones de sus amigos dieron frutos al año siguiente, concediéndosele una jubilación. Al intensificarse los dolores y dificultades para orinar, su esposa logró convencerlo de trasladarse a Posadas, ciudad en la cual los médicos le diagnosticaron hipertrofia de próstata.
Pero los problemas familiares de Quiroga continuarían: su esposa e hija lo abandonaron definitivamente, dejándolo solo y enfermo en la selva. Ellas volvieron a Buenos Aires, y el ánimo del escritor decayó completamente ante esta grave pérdida.
Cuando el estado de la enfermedad prostática hizo que no pudiese aguantar más, Horacio viajó a Buenos Aires para que los médicos tratasen sus padecimientos. Internado en el prestigioso Hospital de Clínicas de Buenos Aires, a principios de 1937, una cirugía exploratoria reveló que sufría de un caso avanzado de cáncer de próstata, intratable e inoperable. María Elena, entristecida, estuvo a su lado en los últimos momentos, así como gran parte de su numeroso grupo de amigos.
Horacio Quiroga se adelantó al destino inminente que le esperaba, bebió un vaso de cianuro que lo mató pocos minutos después entre espantosos dolores. Su cadáver fue velado en la Casa del Teatro de la Sociedad Argentina, actualmente sus cenizas yacen en el museo Casa Quiroga ubicada en Salto Uruguay.